Los expertos estudian la posibilidad de utilizar un sistema de colores que supondría un cambio radical del etiquetado actual basado en letras y números.
Hace años que Bruselas constata que la normativa sobre etiquetado de alimentos no funciona. La mayoría de los ciudadanos no entiende correctamente lo que indican las etiquetas (dudan sobre qué es el sodio, los hidratos de carbono y las bondades o no de las grasas saturadas) y otros no pueden leerlas de tan pequeña que es la medida de la letra. Algunas veces ni con gafas graduadas no es posible desentrañar los números que informan sobre la composición del producto. Y sin esta información los expertos en nutrición tienen muy claro que es muy difícil luchar contra el que mil veces se ha denominado la enfermedad del siglo XXI: el sobrepeso y la obesidad, un problema que afecta especialmente España.
Según los últimos datos facilitados por la Sociedad Española de Cirugía de la Obesidad Mórbida y de las Enfermedades Metabólicas, el 17% de la población española tiene obesidad y un 53,7% tiene sobrepeso. La situación es más preocupante en el caso de los niños. El primer Estudio sobre la situación actual de la obesidad y el sobrepeso infantil en España, realizado por el Instituto DKV de la Vida Saludable en el marco de su proyecto DKVapptívate, señala que España ya es el país europeo con más prevalencia, tanto en la etapa entre 5 y 7 años como en la de 14 a 17 años. Además, tiene uno de los porcentajes más elevados del mundo en cuanto a sobrepeso y la obesidad infantil, con un 25%.
Ante esta grave situación, expertos europeos integrados al EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) trabajan en la elaboración de una normativa de etiquetado que permita los ciudadanos saber definitivamente y “de una manera clara” si el tipo de alimento que ingerirán es saludable o no.
Para que resulte fácilmente identificable por los consumidores, los expertos estudian la posibilidad de utilizar un sistema de colores, cosa que supondría un cambio radical con el etiquetado actual basado en letras y en números.
Si se aceptara la propuesta de los científicos sería un cambio radical también en Bruselas, puesto que el Parlamento Europeo ya se mostró hace unos años en contra de cualquier etiquetado que fuera más allá de la pura información de nutrientes cuando el Reino Unido decidió explorar esta vía. De hecho, la UE no incluyó este tipo de información con colores al reglamento que aprobó el 2011 y se limitó a obligar a que aportaran una tabla con la información nutricional, que incluye el valor energético, las grasas, las grasas saturadas, los hidratos de carbono, los azúcares, las proteínas y la sal por cada 100 gramos o 100 mililitros.
Esta mesa nutricional ha sido ampliamente adoptada por la mayor parte de marcas durante los últimos años, a pesar de que no es obligatoria hasta este diciembre. Pero en vista que este etiquetado continúa sin conseguir los objetivos previstos, el EFSA ha vuelto a proponer el etiquetado de colores a las autoridades europeas, que estudian varios tipos, incluyendo el que denominan el etiquetado de semáforo, que ya usan algunos fabricantes en el Reino Unido de manera voluntaria. Es una herramienta que informa de manera rápida sobre el contenido de grasas, sal, grasas saturadas, azúcares o calorías que contiene un alimento, utilizando el rojo, el verde y el amarillo.
Hay otros sistemas de colores que actualmente se están estudiando en Francia, país que a finales de septiembre puso en marcha una experiencia piloto a 40 grandes superficies con objeto de conocer cuál es el sistema preferido para los consumidores. La primera evaluación se llevará a cabo el próximo mes de diciembre, unos resultados que seguirán muy de cerca los expertos de EFSA.
Además del sistema de etiquetado de semáforo, Francia ha implantado dos tipos más de sistemas de colores: el etiquetado SENS, que aconseja a los consumidores con qué frecuencia tienen que comer ciertos productos, asociando colores con las palabras descriptivas muy a menudo, a menudo, moderadamente, regularmente en pequeñas cantidades u ocasionalmente en pequeñas cantidades, y el etiquetado NutriScore, una codificación por cinco colores y letras, que recuerde el sistema de eficiencia energética utilizado para los electrodomésticos. También ha implantado el etiquetado Nutri-Repère, que no utiliza la codificación por colores, sino que informa sobre cantidades diarias recomendadas por porcentajes.
Los fabricantes han criticado esta experiencia piloto a alegando que ya hay una normativa sobre etiquetado actualmente en vigor y critican las propuestas que incluyen los colores porque consideran que son demasiado simplistas y endiablan los productos alimentarios sin argumentos científicos sólidos (un refresco light tendría más colores verdes, por ejemplo, que un zumo de frutas). Las organizaciones de consumidores, por su parte, sí que apuestan por este tipo de información porque es más sencilla para el consumidor.
Hay que decir que el que sí que parece claro es que el tema de la información al consumidor sobre los alimentos que consumen será uno de los campos de batalla de las próximas décadas en lo referente a la salud pública, debido a la expansión de la obesidad, especialmente entre los menores, uno de los problemas más serios que afrontan las autoridades sanitarias después de que se haya constatado que un niño obeso tiene comprometida su salud futura.
Precisamente el Estudio sobre la situación actual de la obesidad y el sobrepeso infantil en España, del instituto DKV de la Vida Saludable, alerta sobre las consecuencias que se derivan de la obesidad infantil, tanto físicas como psicológicas, entre las cuales destaca «la diabetes tipo 2 y un incremento de los factores de riesgo cardiovascular, además de la posibilidad, a largo plazo, de casos de gota o cáncer colorectal en los hombres y artritis en las mujeres», señala este estudio. Además, advierte que «la disfunción psicosocial» en personas que tienen obesidad a la niñez y la adolescencia es un problema grave. «En un seguimiento de 7 años, las mujeres con sobrepeso habían completado en menor medida su nivel de educación y una tasa de pobreza más grande a sus hogares, en comparación con sus compañeras que no tenían sobrepeso», apunta el informe.
Fuente: Celeste López • Madrid • La Vanguardia • 15 de octubre de 2016
